Esa ceguera a los cambios es como un eterno castigo que nos tiene atados a un andén de una estación, desde la cual nos despedimos una y otra vez de los mismos trenes y de los mismos pasajeros. El miedo a lo desconocido, a la incertidumbre de la vida, y en últimas, al cambio, nos impide tomar esos trenes a pesar de tener el ticket ya comprado. La monotonía se ha instalado en nuestras vidas, el cambio toca a la puerta, pero nos da miedo abrir y preferimos ver por la mirilla de la puerta como se alejan una y otra vez los trenes.
Dejan de tocar a la puerta. El tren ya no se ve por la mirilla. Voy a la cocina, me preparo un té, enciendo la televisión, meto comida congelada en el microondas y me siento en mi cómodo sillón. He vuelto a la rutina. ¿El cambio?... no te preocupes, ya volverá a tocar a la puerta, incluso el cambio tiene la costumbre de volver a llamar. Yo, en cambio, tengo la costumbre de no abrir a desconocidos.
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