Una semana después de los terremotos que devastaron la ciudad española de Lorca (Murcia) dejando nueve muertos, 300 heridos y graves daños en viviendas, infraestructuras o monumentos, las heridas siguen abiertas en una ciudad que permanece acongojada, preocupada y arruinada.
A los daños materiales, que las autoridades cifran en más de 650 millones de euros, se suma el drama de los miles de damnificados, sumidos en una situación de duelo emocional y conmoción que sólo ellos pueden describir.
"¿Tu familia está bien?", "¿qué color tiene tu casa?"... ( por la señal verde o roja que pintan los técnicos en las fachadas, según sea la vivienda habitable o no) son las preguntas que preceden en Lorca a cualquier saludo entre conocidos desde que ocurrieron los terremotos, en calles llenas de escombros, ruidos de demolición, cintas de precinto policial, chalecos de la Cruz Roja, cascos de bombero y camiones del Ejército.
El código de colores (verde, amarillo y rojo) identifica la condición estructural de cada uno de los 4.100 edificios de Lorca.
El éxodo de la mayor parte de la población hacia ciudades vecinas y a segundas residencias en la playa, la huerta o la montaña, se mantiene pese a los insistentes llamamientos de las autoridades para que la gente regrese y colabore en la reconstrucción de la ciudad.
Muchos ciudadanos guardan largas colas a las puertas de compañías de seguros, bancos, administraciones de fincas y frente a los puestos de información que el ayuntamiento mantiene abiertos doce horas diarias en distintos puntos de la ciudad.
Otra de las imágenes que se suceden en los últimos días es la de la gente caminando por la calzada destinada a los automóviles, y no por la acera, con un ojo precavido puesto en las cornisas.
En el escenario que ha dejado la tragedia se puede ver a casi 1.100 damnificados, en su gran mayoría extranjeros y entre ellos sobre todo ecuatorianos, alojados en un campamento, en La Torrecilla, a unos ocho kilómetros del centro de Lorca; o a miles de escolares sin libros acudiendo a colegios que no son los suyos, y a centenares de niños, con la ropa que llevaban el día de los seísmos.
Hay también muchos abuelos dedicados a cuidar a nietos cuyos padres están a muchos kilómetros, ancianos que afirman que ni la Guerra Civil española (1936-1939) provocó tantos daños.
A los daños materiales, que las autoridades cifran en más de 650 millones de euros, se suma el drama de los miles de damnificados, sumidos en una situación de duelo emocional y conmoción que sólo ellos pueden describir.
"¿Tu familia está bien?", "¿qué color tiene tu casa?"... ( por la señal verde o roja que pintan los técnicos en las fachadas, según sea la vivienda habitable o no) son las preguntas que preceden en Lorca a cualquier saludo entre conocidos desde que ocurrieron los terremotos, en calles llenas de escombros, ruidos de demolición, cintas de precinto policial, chalecos de la Cruz Roja, cascos de bombero y camiones del Ejército.
El código de colores (verde, amarillo y rojo) identifica la condición estructural de cada uno de los 4.100 edificios de Lorca.
El éxodo de la mayor parte de la población hacia ciudades vecinas y a segundas residencias en la playa, la huerta o la montaña, se mantiene pese a los insistentes llamamientos de las autoridades para que la gente regrese y colabore en la reconstrucción de la ciudad.
Muchos ciudadanos guardan largas colas a las puertas de compañías de seguros, bancos, administraciones de fincas y frente a los puestos de información que el ayuntamiento mantiene abiertos doce horas diarias en distintos puntos de la ciudad.
Otra de las imágenes que se suceden en los últimos días es la de la gente caminando por la calzada destinada a los automóviles, y no por la acera, con un ojo precavido puesto en las cornisas.
En el escenario que ha dejado la tragedia se puede ver a casi 1.100 damnificados, en su gran mayoría extranjeros y entre ellos sobre todo ecuatorianos, alojados en un campamento, en La Torrecilla, a unos ocho kilómetros del centro de Lorca; o a miles de escolares sin libros acudiendo a colegios que no son los suyos, y a centenares de niños, con la ropa que llevaban el día de los seísmos.
Hay también muchos abuelos dedicados a cuidar a nietos cuyos padres están a muchos kilómetros, ancianos que afirman que ni la Guerra Civil española (1936-1939) provocó tantos daños.
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