jueves, 17 de febrero de 2011

Era se una vez dos niñas muy, muy, muy, muy amigos desde pequeñas. Eran las mejores amigas, se contaban de todo, se pasaban el día juntas, no tenían secretos. Poco a poco fueron creciendo y, con ello, haciéndose mayores. Entraron al colegio y cayeron en la misma clase, pasaron al instituto y cayeron en la misma clase.
Al tiempo que iban creciendo sus mentalidades cambiaron y cada una empezó a tirar por su lado.
Una de ellas empezaba cambiar, esa amistad se tornaba en mentiras. Ella, por delante, le decía unas cosas y, por detrás, otras. Sólo le echaba mentiras, una detrás de otra y de otra y de otra, y todos sabemos que las mentiras tienen las patas muy cortas, que se descubrían poco a poco con el paso del tiempo.
Esto hacía que esa amistad se perdiera. Estaba ocultándole problemas que podrían tener solución si confiara en su amiga, sólo por se propia desconfianza, quizás eso vino por la gente con la que se juntaba o quizás porque ella veía que sola no podía con todo y que su amiga se encontraba rodeado de personas que la querían.
Con la desconfianza estaba perdiendo a su amiga, no se daba cuenta de lo que estaba haciendo, le estaba perjudicando por esa actitud tonta que tenía.
Al final, todo terminó en nada, cada uno tiró por su lado y no se volvieron a ver.

Claros ejemplos de la doble cara de las personas, quieren a sus amigos por su propio interés, no les importa nada más que ellos, pena que algunos lo hagan sin querer.

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