El dolor, dulzón, se relamía en las abruptas llagas de su piel.
Sus ojos, comatosos, corrían el negro rímel por la presión amoratada de sus párpados.
Sus pechos, desnudos, decoraban burlonamente los enfermos cortes que en sus costillas crecían.
Su vientre, abochornado, exhalaba soporíferas bocanadas cálidas, allí donde el lacerante filo del acero dejó su rastro.
Sus muslos, grises, apretaban duramente el sólido suelo, sumisos, callando queja alguna allí donde sus cicatrices gritaban.
Sus manos, furiosas, agredían el frío de la repentina calma con la ira crepitante que de ellas todavía emanaba.
Y sus pies, famélicos, despertaban pequeños espasmos quejumbrosos, notándose el espontáneo movimiento aun sin contener vida.
Así el hombre dejo clara su posición de hombre, imponiendo su mandato en el hogar.
Vaya, N & Co, ya sabía yo que la espera iba a merecer la pena. En tres palabras: Im-Presion-Ante (y Después)
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