¿Cuántas veces no hemos repetido este refrán? Pero, ¿Alguien sabe de dónde viene?
Cuentan que durante el reinado en Castilla de Enrique IV, un sobrino de Don Alonso de Fonseca fue designado arzobispo de Compostela. Pero, suponiendo el tío que a su sobrino le costaría mucho tomar posesión de su cargo, le quiso facilitar las cosas...
Por ese motivo se ofreció para adelantarse a Santiago de Compostela y allanarle el camino. A cambio, le pidió a a su sobrino que lo reemplazase en los negocios en Sevilla.
Efectivamente, así se hizo, de manera que una vez que Don Alonso, regresó a Sevilla, se encontró con una desagradable sorpresa puesto que su sobrino se resistía a abandonar la sede en la que se encontraba.
Para solucionar el problema, se hizo necesaria la intervención del Papa y hasta la del propio rey Enrique. El joven, cuando regresó Santiago, terminó preso y sentenciado con cinco años de condena por otros delitos, pero su carrera continuó y llegó a ocupar los cargos eclesiásticos más altos que había, teniendo que ceder su arzobispado a su propio hijo.
De aquel suceso, nació el dicho que seguramente en su origen debió ser el que se fue "de" Sevilla, perdió su silla y no como lo conocemos hoy, el que se fue "a" Sevilla, perdió su silla, porque en realidad, Don Alonso no fue a Sevilla sino a Santiago de Compostela, para lo cual debió irse de Sevilla y... dejar su silla.
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